30/9/08

El Espejo

(5 de febrero de 2007)

Confusa, se despierta entre sueños. No consigue saber si está en este mundo o en el de la fantasía, y poco a poco va abriendo los ojos y recordando. Mira como los rayos de sol que se cuelan por la persiana se reflejan en el espejo, estira los músculos y se resguarda de nuevo en el calor del edredón que la cubre. Su mente guarda imágenes de la noche, retazos que va rescatando en cada segundo. Un rato más, quiere estar un momento más perdiéndose bajo las sábanas. Se acuerda de cómo miraba sus manos, luego miró su vestido de tul azul. Al levantar la vista recuerda a un hombre que se acercaba, pero no le veía a él, solo sus ojos verdes, otros ojos desconocidos… no son los que antes vio. Se acerca y le susurra algo al oído, no lo recuerda, ese fragmento se ha perdido, pero sabe que él puede pensar sus sentimientos, y ella siente sus pensamientos. Coge su mano y la guía hasta quedar frente a un espejo ovalado. Al mirar, ve reflejada la imagen de una niña de cabello negro vestida con tules de bailarina, con las zapatillas de ballet en la mano porque no sabe ponérselas. Una voz en su cabeza la hace salir de la ensoñación. “Sal del espejo”. Al oír esa frase fue cuando había despertado aturdida, dejándole la misma sensación en el estómago que cuando estaba enamorada.

La mañana discurre entre quehaceres cotidianos, pasando rápido, lo que deja menos tiempo para pensar. Pero la tarde llega, y como viene haciendo desde hace ya bastantes días, se dispone a perder las horas, paseando por habitaciones vacías, recordando esos ojos color esmeralda que cada noche la acompañan, esforzándose en recomponer los fragmentos del sueño que la desvela. Cuando no lo consigue, llena los huecos soñando despierta e inventando historias. Pero al fin se cansa de pensar, de deambular, de mirarse al espejo, de que la venza una vez más el aburrimiento… Por eso decide salir a las solitarias calles ese domingo.

Siente las gotas de agua en la piel, resbalando por su cara como lágrimas, siente el crujir de las hojas bajo sus pies como su único compañero. Porque está sola, porque no espera nada de la vida, porque casi ya no siente esa lluvia que le cala el corazón. Se ve a si misma como a través de ese espejo que reflejaba a la niña que fue, una niña con ilusiones, sin esperar nada pero con todo el mundo a su disposición para descubrirlo; pero en este espejo de tarde otoñal solo aparece una joven que deambula bajo el cielo gris, una chica que parece alejada de la realidad, abstraída y fuera del contexto en el que se encuentra.

Se sienta junto a la orilla del lago, y se hunde en su melancolía mientras observa las ondas formadas en el agua cada vez que cae una gota. Piensa que no tiene salida, que está encerrada en su desánimo y en su mundo imaginario, y no ve su futuro entre todos esos sueños. No hay un hombre de ojos verdes, no hay una niña con ilusiones, solo quedan sus defectos e inseguridades, y sueños que se desvanecen con la mañana.

Cesa la lluvia, y al mirar en el agua ve su figura nítidamente, la primera vez en mucho tiempo, y siente como si estuviera atrapada dentro de ese espejo en un mundo paralelo creado por ella misma, de donde quiere salir para conocer el otro lado, aunque tiene mucho miedo y no puede dejarlo.

“Sal del espejo, avanza por la vida, y cuando hayas aprendido lo suficiente, será cuando puedas volver a tu mundo sin miedo a quedar atrapada para la eternidad en el otro lado”.

Y entonces es cuando en la otra orilla ve aparecer al conejo blanco que la guiará por esa nueva realidad…

¿En qué estrella estará mi dulce corazón?

¿En qué estrella estará mi dulce corazón?